ungol el Jue Sep 18, 2008 7:47 pm
Ahí estáis, pobres humanos. Os contemplo entre divertido y apenado. Os observo desde mi privilegiada atalaya y no me producís otra palabra que lástima. Creéis que lo tenéis todo, que conocéis los secretos de la vida, pero vuestra ignorancia es tan supina que me produce arcadas. ¿Especiales? ¿Únicos? ¿Privilegiados? Para mí no sois más que ganado, sobre todo teniendo en cuenta que soy un vampiro. ¿Sorprendidos? ¿Anonadados? ¿De dónde creéis que saco esas historias que os cuento?
Por cierto, ya podéis ir olvidando todas esas cosas preconcebidas sobre nosotros. ¿Ajo? ¿Crucifijos? No sirven para nada. Pero lo que más gracia me hace es eso de que nos alimentamos de sangre ¡mordiendo los cuellos! ¿Qué creéis que somos? Nuestra comida es vuestra alma. La vamos succionando poco a poco, con parsimonia. Solemos entrar en las casas cuando la noche es vieja, en esos momentos en el que el sueño de los humanos es más pesado. ¡Cómo disfrutamos viéndoos allí, tumbados en vuestra cómoda sepultura de sábanas y látex (¿os habéis percatado lo que se parece una cama a un féretro?)! Dormidos, hablando en sueños, con babas en la barbilla, así os he visto a todos vosotros y a todas vosotras. ¿Sorprendidos? ¿Por qué creéis que me he suscrito al foro? Para conoceros, para entenderos y para sorberos el alma. Os he visto desnudos, desvalidos, pobres criaturas hirsutas, encogidas sobre vosotros mismos. Os he contemplado haciendo el amor, discutiendo, teniendo pesadillas. Os he visto abrir los ojos y mirarme cuando os sorbo, poco a poco, parte de vuestra alma. Naturalmente, nunca recordáis nada, faltaría más (soy un profesional). Pero luego, cuando os levantáis, tenéis esa incómoda sensación de que alguien, esa noche, os ha estado observando. ¿Adivináis quién?
Por supuesto, también os he tocado. He acariciado vuestros sexos, vuestro pecho, vuestro pelo. ¡Me encanta la fragancia del cabello humano! Me gusta oleros, me encanta sorber el miedo que exhaláis por vuestra infecta boca cada vez que me acerco. Alguno de vosotros intenta oponerse, menea enérgicamente el brazo, pero todo es en vano. Estáis dormidos, profundamente, y yo me aprovecho de la situación. Si tuvieseis a merced a vuestras víctimas haríais lo mismo que yo.
Me gusta elegiros (uno cada noche). He estado en la casa de Chimo, en la de Chaleco, en la de Galana, en la de Kleos, Maritecla, bocaseca, Miranda, Dajabruem, Xyz… El único que casi me ha impedido tomar algo de su esencia es ese enigmático Monclio, aunque al final pude paladear su oscura alma (deliciosa). Cómo he disfrutado con vuestra sabrosa voluntad. Os he acariciado, os he tocado. Y allí permanecíais todos vosotros, quietos, fríos, verdaderamente cómicos. Por supuesto, no voy a abusar de vuestros recursos. Hay un gran rebaño esperándome en Valdepeñas, y estoy solo. Sin embargo, tal vez esta noche me acerque a ti. Seguramente sea ya en esa hora incierta en la que la oscuridad, antes de romper el alba, es más espesa y tenebrosa. Estarás, como siempre, totalmente entregado o entregada a los brazos de Morfeo. Acercaré mis labios a tu boca, te oleré y paladearé tu miedo antes de tomar un bocado de tu alma. Sentirás algo de frío, tal vez te revuelvas. Puede ser que te despiertes y mires el reloj, mientras te arropas y te das la vuelta. Pero yo ya no estaré allí. Me habré marchado, gozando de tu esencia. Tan sólo dejaré, detrás de mí, un inconfundible aroma a soledad.
(como está el jueves 18 en este hilo... Monclio, esto me mola. Dos por el precio de una).
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La_Galana el Sab Sep 20, 2008 9:20 am
Un poco largo, pero espero que os guste. Se llama:
EL MOMENTO MÁS FELIZ.
Es el momento más feliz de la mañana.
Llego cargada con el bolso, la mochila, dos carpetas y hasta un libro de oposiciones. Aparco el coche y se oye un ruidillo en el motor que parece que el pobre va a decir, “...al fin paramos…”. Llego hasta la puerta, y a falta de otra opción mejor, dejo el libro en el suelo, agarro el bolso con los dientes y, sin soltar las carpetas, consigo encontrar perdidas en el último bolsillo, las llaves de la entrada. Son las nueve y llevo corriendo desde hace dos horas. Benditos los que se levantan a las ocho y media para entrar a trabajar, no es mi caso. El ritmo es vertiginoso por las mañanas, pero cuando llego al trabajo, como insinúa mi auto… “al fin, paramos”.
Y tras conseguir llevar todo al mismo tiempo, haciendo uso de cada uno de mis miembros y alguno más que no sabía que podía servir para eso, y traspaso la puerta que me adentra en el portal del edificio, aún me quedan varias plantas por subir mientras las escaleras crujen murmurando que igual estaría bien que fuera hoy el día en el que me decidiese a empezar esa famosa dieta que siempre dejo “para el verano que viene”.
Por circunstancias de la vida me encuentro trabajando en una oficina anexa a un centro de ludoteca infantil, que por las mañanas está hasta los topes de pequeños energúmenos que no dejan de vociferar y dar saltos cual cabra montesa en su día más feliz en la montaña. Así que, cuando ya parece que el trabajo está hecho, y que solo tengo que abrir una puerta más para entrar a mi despacho…. No, aun me queda lo mejor. Atravesar todo un salón con un buen puñado de post-bebés pre-adolescentes de unos seis o siete años, que intento apartar de mis faldas, como si me encontrara en la Selva del Amazonas y estuviera apartando la maleza poblada de bichos. Por si os lo estáis preguntando, sí, hay monitores, pero entre tanto crío su voz se ahoga en las paredes y nadie parece hacerle mucho caso.
Por si creéis que me he equivocado, repito. Es el momento más feliz de la mañana.
Fue a mediados del pasado mes. Nunca me había percatado de su presencia. Vamos, ni de ella, ni de ninguno de los niños que pasan por la ludoteca. Es decir, los veo como un todo, un conjunto ruidoso que se mueve como un enjambre de abejas, rápidos y peligrosos. Pero esa mañana, la descubrí apartada del grupo, en una esquina, con unos enormes ojazos verdes que debían guardar dentro toda la tristeza del mundo. Acariciaba una muñeca medio desvencijada, que apenas tenía pelo y le faltaba un zapato. Hasta el vestido de la muñeca era triste. Ahora debería sonar la típica musiquilla de fondo cuando digo “la miré, me miró, nos miramos… y entonces el mundo nos concedió una pausa de esas que sólo se ven en las película románticas”.. no, claro que no, no nos enamoramos. Pero pasó algo, nos comprendimos o nos conocimos o no se que ocurrió en aquel lugar, pero ya no me costó ningún trabajo llevar todos mis trastos, abrir la habitación de mi despacho y desaparecer durante toda la mañana, hasta que también se apagaron las voces infantiles al otro lado de la puerta y supe entonces, que era la hora de marcharme de nuevo a casa.
Ella ya no estaba. No había ningún niño. No sé con qué intención la busqué por las distintas salas de la ludoteca, porque era evidente que no iba a estar. Pasados unos minutos fui consciente de la estupidez que estaba haciendo, y me fui a casa, pero algo había cambiado en mí, sabía que al día siguiente sin duda, lo primero que haría sería buscar los ojos de Irina entre la multitud.
Es el momento más feliz de la mañana. La hora en la que llego de nuevo al trabajo y la veo, nuevamente en su esquina, con su muñeca desvencijada y sus ojos que parecen antiguos y melancólicos.
Esa fue la primera vez que sentí la necesidad real de comunicarme con la jauría infantil. Algunos de ellos tenían caretas y la monitora les estaba leyendo un cuento.
- Hola pequeñajos! ¿Qué cuento os están contando?.
La monitora, sorprendida quizás al descubrir que yo no era un ente solitario y taciturno que se encierra horas y horas en un despacho, ajeno al mundo exterior, y que contra todo pronóstico, sabía comunicarme, decidió estrechar lazos.
- Hola! Están ensayando una versión de Blancanieves.
- Vaya… Que bonito… ¿Y quien de vosotras es Blancanieves?
- Yo – Respondió una pequeñaja de tez blanca y pelo oscuro, que desde luego respondía perfectamente a la imagen que todos tenemos de la niña del cuento.
- Y yo soy la madrastra- Dijo otra niña.
- Y yo soy un enanito- Con ese tamaño, aquel chaval no podía desde luego, tener un papel mejor dentro del cuento.
- Y yo soy..
- Y yo….
- Y yo…
Y así una multitud de vocecillas que se agolpaban todas al tiempo, resultando imposible que nadie oyera nada más. Pero ella no abrió la boca. Se quedó allí, con su muñeca y su soledad, mirándome como si me pidiese que la llevara conmigo. Y no fui capaz de hacer nada más. Simplemente volví a mi habitáculo y nuevamente salí a la calle, cuando se habían vuelto a marchar las voces infantiles.
La escena se repitió en varias ocasiones. Ella nunca decía nada, pero yo aprovechaba para fijarme en los detalles de su anatomía y su ropa. Así fue como me di cuenta de que debía ser hija de algunos inmigrantes del este, supuse, ya que su ropa era muy antigua y bastante vieja, casi como si la hubiera sacado de un baúl de ropa de niños del siglo pasado. Lo mismo ocurría con su peinado, una larga trenza castaña, bastante pasada de moda, que solía llevar recogida como un moño. Nunca estaba sucia ni mal cuidada, pero a todas luces era obvio que su familia debía ser muy pobre, porque siempre la vestían igual. Mi imaginación dio por sentada su nacionalidad rumana porque además no parecía entender el idioma, ya que no hablaba con nadie, tal vez porque tendría dificultades para integrarse en un país extraño y en un idioma desconocido. Y en un alarde total de empatía, hasta la bauticé con el nombre de Irina, porque así se llamaba la protagonista de una película de Europa del este que había visto la noche anterior.
Normalmente Irina estaba apartada del grupo, en una esquina, aferrada a la muñeca como si se agarrase a la vida. Sin embargo había algunas veces en las que la encontraba casi riendo, entre los pequeños, y alguna vez, hasta la observé andar para esconderse detrás de la monitora, quizá con algo de vergüenza. Fue en una de esas ocasiones en las que observé que cojeaba un poquito de la pierna derecha. Era una de esas imperfecciones que hacen aún más hermoso el objeto de nuestro delirio.
Mi obsesión por Irina iba en aumento, y en mi cabeza planeaba su adopción o su rapto. Soñaba que sus padres morían en un accidente de tráfico y que la niña, preguntada en el tribunal por quien quería que fuese su tutora, alzaba la voz y decía mi nombre ante todos los miembros de un asombrado jurado popular. Pero eso era sólo un sueño, la realidad es que Irina no era mi hija, ni lo sería nunca, y eso me hacía sentir cada vez más triste.
Una calurosa mañana de agosto me traía un regalo, y era que al fin, escuché su voz, y descubrí, para mi sorpresa, que hablaba un perfecto castellano. Nuevamente llegué cargada con todos mis trastos, subí las crujientes escaleras, atravesé el enorme salón de suelos de cerámica mientras todos los niños me decían, léase con tono infantil machacón:
- Yo soy el príncipe.
- Yo soy la madrastra.
- Mañana es el último día y hacemos el teatro, ¿vendrás? – me preguntó uno de los pequeños enanitos.
- Claro que sí, le dije, no me lo perdería por nada del mundo.
Y cuando ya estaba frente a mi puerta, y no esperaba ninguna sorpresa, llegó ella, mi Irina, y me dijo en un susurro….
- Yo soy el espejo.
No tuve tiempo a reaccionar porque la niña salió corriendo, dejándome envuelta en un halo misterioso que mezclaba la sorpresa con una fría sensación de pérdida absolutamente incomprensible. Así que no pude saber nada más de la actuación de la pequeña, y me aseguré a mí misma que terminaría todo el trabajo para poder ver la función al día siguiente. A esas alturas, la imagen de la niña se había hecho un hueco tan grande en mis pensamientos, que nada podía evitar que yo estuviera allí esa tarde.
Así lo hice. Llegué al umbral del teatro y me encontré ridícula entre una multitud de padres y madres no sé si más histéricos u orgullosos, pero en ambos casos, llenos de buenas intenciones y de ilusión. Tenía incluso la idea de encontrarme con la familia de la pequeña y decirles lo dulce que era su hija, y lo importante que era que la cambiaran de ropa, e incluso, ofrecerles mi ayuda económica si era necesario.
Pero Irina no estuvo allí. Tampoco encontré a ninguna familia que pudiera asemejarse a la niña para pensar que se trataran de sus padres o hermanos. Supuse que tal vez estaba enferma, algunas veces, la había visto toser, sobretodo en los últimos días, así que imaginé que tal vez esa fuera la causa de su ausencia…. O incluso podía haber sufrido una recaída en lo que quiera que le pasara en la pierna.
Es el momento más triste de la mañana.
La ludoteca ha terminado, y llego a mi trabajo con menos urgencia que otros días y la convicción de que no veré a Irina. Paseo por todo el centro con la más absoluta desolación. Quiero, necesito, ver una vez más a la dueña de los ojos más tristes del universo. Una sola oportunidad, le pido al cielo aunque no creo en nada, una sola oportunidad para decirle que… no se lo que quiero decirle, que sea feliz, supongo, que es una niña especial, supongo, que disfrute del resto de su vida y sobretodo una cosa, quiero decirle adiós, porque mi trabajo también termina en un par de días y probablemente, no nos volveremos a ver.
Es el momento más triste de la mañana. ¿Dónde estás Irina? Me pregunto sin esperar ninguna respuesta.
Con la mirada perdida y los ojos tristes me acerco a mi despacho dejando la puerta entreabierta esta vez. Pero no hay niños ahora. Sólo enormes habitaciones grises, con techos altos y puertas que crujen más de lo esperable. Hay instantes en los que levanto la mirada, porque tengo la sensación de que alguien, Irina tal vez, me espía detrás de la puerta. Pero no debe ser cierto, porque cuando clavo la mirada en el quicio de la puerta, nunca encuentro esos ojos eternos que me arroparon el alma en aquella mañana de verano.
Bajo por última vez las escaleras y casi tropiezo con Patricia, la monitora, que me sonríe amable, y me da pie para preguntarle por la pequeña de la muñeca vieja.
- Mmmm, no sé… no me suena nada una niña cojita… ¿ojos verdes dices?... ni idea.- Y en un tono desenfadado, me pregunta si no me asusta estar sola en este edificio.
- ¿Por qué habría de asustarme?
- No sé, como dicen que en los edificios antiguos suelen oírse crujir las puertas y las escaleras de madera cuando pasean por ellos los fantasmas…
- Calla… ¿Qué fantasmas va a haber aquí?
- ¿Quién sabe? El edificio tiene varios siglos, y hasta fue un hospital de niños enfermos de poliomielitis…
Ya me iba, preguntándome como era posible que Patricia no se hubiera fijado en Irina, cuando la monitora se giró hacia mí:
- Oye, si quieres quédate esta foto, están todos los chavales de la ludoteca, igual encuentras a la que buscas.
- Muchas gracias, le dije, ansiosa por quedarme a solas y ver otra vez la imagen de mi pequeña.
Salí a la calle y con la luz del día repasé una y otra vez la fotografía. Allí había cerca de 30 niños. Guapos, feos, altos, con dientes, mellados y hasta sucios… pero no estaba ella. O no la vi al principio. Sólo al observar detenidamente el espejo de la sala donde jugaban los niños, pude ver dentro de él, pero no reflejada, sino formando parte de la misma esencia del espejo, una pequeña que me miraba a través de unos enormes ojos verdes y cristalinos.
Hoy ha terminado mi contrato. Cuando he llegado a casa y he aparcado el coche, he sentido un viento frío que me acariciaba la mejilla, y que me ha obligado a girar la vista, para encontrar, en los asientos traseros, una muñeca medio desvencijada a la que le falta un zapato.
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Monclio
Aqui os dejo las fotográfias conseguidas en un piso abandonado, donde se escuchan lamentos y ruidos extraños. Dicen que en este piso murieron varias personas en extrañas circustancias. Las fotos estan tomadas con una cámara con un disparador con sensor de movimiento. Estan echas con oscuridad total, allí no se podía estar, la sensación de pánico y sugestión era superior a nosotros. La cámara apareció tirada en el suelo con una espacie de liquido pegajoso por encima.





Este piso está en la calle Seis de Junio, muy cerca de la calle de las Escuelas. Se aprecia perfectamente la cara de una joven y unas manos que parecen querer parar la máquina cuando esta empieza a disparar fotos al detectar una presencia. Espeluznante
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ungol el Jue Sep 25, 2008 11:36 am
Tranquilo, Moisés. Sé que todo el mundo dice que estás loco, pero no es cierto. Cálmate. Relaja tus músculos, pon en blanco tu mente. Como siempre. Como las demás veces. Hoy, de nuevo, vas a probar el sabor de la sangre y de la carne humana, así que necesito que estés totalmente concentrado. Eso es, escúchame, porque voy a contarte una historia que seguro te va a gustar. Voy a contarte tu historia.
Todo comenzó cuando naciste. Tu madre, una mujerzuela vulgar, prostituta, te desechó en un infecto hospicio. Ni siquiera sabía quién era tu padre, así que no le importó abandonarte a lo que la suerte quisiera hacer de ti. Te entregó envuelto en paños cubiertos de sangre, de su inmunda e impura sangre. ¿Qué como lo sé? Yo mismo, querido Moisés, te recogí esa aciaga y lluviosa noche. No te alteres, tranquilo. Tu madre recibió su merecido. ¿Recuerdas el primer cuerpo que te comiste? ¿Adivinas de quién se trataba?
Tu infancia no estuvo exenta de peligros y de dificultades. Evoco a los niños huyendo de ti. Te llamaban el apestado. Cuando creciste te golpeaban, te escupían, te mortificaban. ¿Te acuerdas, verdad Moisés? ¿Recuerdas su crueldad, sus patadas, sus insultos? ¿Recuerdas el sabor de tus lágrimas, mezcladas con la sangre de tu boca, con el sabor de tu amargura, con el dulce aroma de la soledad? ¿Recuerdas sus pisotones, sus insultos, sus pedradas, sus vejaciones? Como les gustaba hacerte sentir mal. Cómo disfrutaban con tu miedo, con tu desgracia, con el hecho de ser un niño sin padres. Afortunadamente, todos ellos ya han pagado, con creces, los desmanes que cometieron contigo, pobre criatura justiciera. ¿Te acuerdas de aquél chico que siempre te daba golpes en el vientre? Qué curioso que acabara sus días digerido en tu estómago. Los designios del Señor son inescrutables. ¿Y qué me dices de esa chica rubia que tantas y tantas veces te puso la zancadilla cuando ibas a salir al patio? Como gritaba cuando arrancaste sus uñas, una a una, y se las hiciste comer. Cómo chillaba cuando le cortaste la pierna que siempre utilizaba para que te cayeras. Sí, Moisés, la venganza es el instrumento que la naturaleza humana nos ha puesto. Y nosotros la sabemos utilizar bien, la sentimos dentro de nosotros como algo necesario para purgar este infecto mundo de personas crueles. Nos llaman locos, Moisés, pero la hermandad de los Justos no puede dejar que esta sociedad se vaya al garete. Por eso te tenemos a ti y al resto de los hermanos. Personas solitarias, tristes, que han purgado todos sus pecados porque han sufrido un infierno en la tierra. Los justos. Vosotros sois el verdadero sentido de la palabra misericordia.
¿Qué más da, querido Moisés, que tengas que comerte sus cuerpos para purificarlos, para redimir sus errores, su soberbia, su humanidad? ¿Qué más da que tengas que masticar su corazón, sus pulmones, su carne, para que puedan llegar hasta el Justo Supremo? No importa que tengas que sorber su sangre y que ésta te corra, caliente aún, por la garganta, por el pecho, por tus brazos, mientras rezas la letanía Bene Gesserit contra el miedo:
No conoceré el miedo.
El miedo mata la mente.
El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total.
Afrontaré mi miedo.
Permitiré que pase sobre mí y a través de mí.
Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino.
Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada.
Sólo estaré yo.
Si Moisés, todos te dirán que lo que te digo es una locura, pero tú eres el arma perfecta de los justos, eres la herramienta purificadora mejor engrasada, y tienes que estar tranquilo esta noche. Sobre todo porque tienes una larga faena que realizar. Tendrás que entrar en la casa de Fermín, el carpintero. Nos han informado que, el otro día, despotricó contra nuestra hermandad en un bar de carretera. Como siempre, te introducirás en su casa con sigilo. Tiene una preciosa mujer y un niño, por lo que, como en otras ocasiones, lo atarás en una silla y descuartizarás primero al niño. Luego le tocará el turno a la mujer. Sabes que seguimos una estricta castidad, así que tan sólo tendrás que acabar, lentamente eso sí, con su vida, con su miserable y anodina vida. Y luego te encargarás de Fermín. Si eres hábil puedes incluso hacerle mirar sus intestinos desparramados sobre el suelo… Y, naturalmente, cómete su corazón. Purifícalo de la mentira, de la infamia. Es lo mejor que sabes hacer, y lo haces, desde luego, muy bien. Adelante, Moisés. Esta noche, de nuevo, tienes que repartir justicia.
P.d.: no me lo toméis en serio, ¿eh? Pero he reflexionado mucho sobre este particular, y me aterra que algún día un grupo de desquiciados pudiera realizar atrocidades como esta. Bueno, pues ya lo he soltado. Espero que os disguste (je, je, je).
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Monclio el Mar Sep 30, 2008 3:28 pm
Gracias a Dios ha llegado el día, tanto sufrimiento, tanta desesperación e impotencia ha merecido la pena, ahora me toca a mi.
He cuidado mucho la escena, luz tenue, sus fotos encima de la mesa que hay junto a mi y donde tengo todo el material que voy a usar. Pero sobre todo él, aqui lo tengo después de tantos años, tengo su cuerpo desnudo y atado en mi mesa de tortura. Aún esta semidormido y solamente espero que despierte para empezar mi ritual.
Poco a poco empieza a abrir los ojos y veo su cara de sorpresa y miedo al verse en esta situación, pero debo estar tranquilo le he cosido la boca con hilo de pescar para que no pueda gritar. También le he puesto una la luz fija de un flexo de mi hija, apuntandole directamente a los ojos, aun no quiero que me vea.
Bueno es hora de empezar, su sudor me empieza a asquear y cada ver me repugna más, he decidido empezar por sus uñas, el muy cabrón encima, las tiene bien cuidadas. Cojo los alicates y poco a poco empiezo a tirar de la uña del dedo indice, se retuerce de dolor, que se joda, Dios que fuerte me ha costado un huevo sacarla, ver como se desgarra la carne y como sangra casi me produce placer. Voy a probar con otra, ya está, esta ha salido antes, pero empiezo a pensar que esto no es suficiente dolor para pagar su deuda. He de mantenerme sereno, aunque de buena gana lo mataría ahora mismo. Llora ,llora que no te va a servir de nada, pienso mientras cojo un estilete para rajarle la piel del torso. sin profundizar mucho para que vaya sangrando poco a poco. Su mirada de dolor es impactante, ahora se que lo estoy haciendo bien, que está sufriendo.
Necesito un trago de agua, el olor a sangre y sudor me seca la boca. ¡Como sangra el cabrón! Su sangre cae por la pata de la mesa hacia la alfombra que con tanto cariño compró mi mujer. Vamos a ver, espero ser capaz de hacer esto, creo que si, me coloco detrás de él mientras intenta chillar tanto que la costura de sus labios empieza a rajar su piel, con la mano izquierda introduzco dos dedos en la cuenca de su ojo izquierdo y tiro de el hacia arriba con decisión, noto como se van rompiendo los nervios del ojo mietras lo separo de su cara y la sangre le cae en la boca, eso eso retuercete de dolor que aún no he terminado contigo. Nunca habia visto un ojo fuera de la cabeza es curioso lo blandito que es.
Tiene tanto dolor que hasta se ha hecho sus necesidades encima el muy mierda, tan valiente como es. No puedo prolongar esto mucho más, mi sed de venganza. Cojo el cuchillo de cocina con la mano izquierda mientras con la derecha estiro su pene y poco a poco y llevando el cuchillo de un extremo a otro voy observando como se desprende la carne de su pubis mientras su cuerpo se tensiona tanto por el dolor que parece que va a reventar. Aqui está su orgullo en mi mano, su arma de violar y de humillar mujeres y niñas y de la cual presumia el muy hijo de puta, se acabó, es hora de presentarme. Aún está consciente, la hemorragia de su entrepierna es temenda la sangre sale a borbotones, he de hacerlo antes que muera, con las tijeras le corto el hilo de su boca,¡¡ ja ja intenta chillar!! Cabrón anoche tuve la precaución de cortarte la lengua antes de coserte la boca. Es hora, apago el flexo que ilumina su cara y aqui estoy.
- ¡¡ Siiiiii soy yo, asesino, tu mataste a mi mujer y mi hija después de violarlas y de someterlas a mil y una vejación !!!
Pensabas que 10 años en una carcel sería bastante castigo,¡¡nooo la muerte se paga con muerte!!
- Anoche mi colega te emborrachó en el bar y después de drogarte te trajo a casa para terminar la venganza que la ley es incapaz de conceder para que las personas queden en paz.
- He esperado 10 años pero ha merecido la pena, cabrón!!
Después de hablar con él, le meto sus partes en la boca, está practicamente muerto, pero me siento con la fotografía de mi mujer y mi hija mirandole hasta que se le apague el último suspiro de vida.
Tras una hora de lamentos y convulsiones todo ha terminado, estoy en paz, he hecho mi justicia.
Tengo preparado el billete para volver a verlas, es lo que necesito después de esta orgía de dolor y sangre, mi vieja pistola oxidada me hará emprender el viaje de inmediato hacia ellas. tembloroso la cojo y la situo en mi cabeza, pongo el dedo en el gatillo y ¡¡¡PUMMM!! Se acabó.
Es un poco gore, espero os guste.
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